Hoy, 1 de julio de 2024, mientras veo en la distancia las imágenes de las máquinas devorando la grada del Estadio de Linarejos, una parte de mí se desvanece junto a ese hormigón y acero. Porque no es solo un espacio físico lo que se está demoliendo; es un rincón del templo donde mi personalidad ha sido moldeada por la pasión, la perseverancia y la irreductible comunidad minera y azulilla.
Superpartidazos que recuerdo en Segunda División siendo un pequeñajo... Sobre todo el del Athletic de Bilbao en Copa del Rey... aunque aquella memoria es como una nebulosa, como un sueño del que solo retengo en mi mente el campo lleno de gente hasta la bandera. Después otros equipazos históricos que en aquel entonces estaban en la segunda categoría: Betis, Málaga, Deportivo de La Coruña, Hércules, Celta de Vigo... Siempre con mis padres.
Después, los primeros partidos yendo a Linarejos con mis amigos, como todo pre-adolescente que empieza a alejarse ¿erróneamente? del paraguas de sus padres: El partido del Pegaso, con un Linarejos también repleto, tanto de espectadores como de pancartas que no dejaban libre ni un centímetro de la valla metálica. Justo antes del desastre.
Pero Linarejos no es solo un espacio de recreo, o recinto deportivo, al que mis padres me han llevado desde que tengo uso de razón. Linarejos no se trata solo de un santuario azul, blanco y de verde césped donde he celebrado goles y victorias, o (en la mayoría de los casos) decepciones y desencantos. Linarejos es también un espacio personal que me ha enseñado a manejar la derrota y la frustración, y a desarrollar la resiliencia necesaria para sobrellevar las situaciones más complicadas de mi vida.
La demolición de la grada del Estadio de Linarejos no borrará su legado porque éste quedará en nuestras venas. Las máquinas pueden destruir la estructura, pero no pueden tocar la esencia que ha impregnado mi ser y el de muchos de mis amigos y amigas. Este lugar ha sido un reflejo de mi vida, en la que he caído al abismo más profundo para resurgir, como siempre ha hecho el Linares, con más fuerza y más indomable que nunca.
Si medio Linares conocía a MAG a principios de siglo, era por llevar a gala mi pertenencia a la Hermandad de la Expiración, y por ser, desde ni se sabe cuándo, un fiel a ese cemento azulillo descolorido. Por eso puede decirse que, con el derribo de esa grada se desmorona aproximadamente el 50% de quien soy. O de quien fui. Menos mal que sabemos que, tras la demolición de la grada del Estadio de Linarejos, nuestro templo minero se erigirá de nuevo con más fuerza, con más salud, con más confort, y con más ESPERANZA que nunca.
Mientras llega este resurgir, las viejas y decrépitas piedras que hoy han caído vivirán por siempre en los corazones de nuestra generación azulilla, en cada gesto, en cada decisión que tomemos, y en cada momento de nuestras vidas.
Este es el modo de tropezar y seguir, caer y resurgir, de quienes no tenemos otro equipo que un Linares que vale por dos.
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