En octubre de 1999, llegó a casa, en una cajita de cartón cuando ninguno la esperábamos.
Con solo días de edad y cabiendo en la palma de mi mano, ya utilizaba sus minúsculas uñas para trepar por la colcha hasta meterse a dormir conmigo.
Con algunos meses, ya aprendió a traerme una bola de papel cuando yo se la lanzaba lejos; a colocarse delante de un colchón que teníamos apoyado en la pared, mirándolo, esperando que yo la impulsase contra él para quedarse colgando con las uñas delanteras; a ponerse a los pies de mi padre y maullarle para que la tomase en brazos; a dormir encima de antiguos monitores de PC cuando aún no eran planos; a estirar la cabeza hacia atrás hasta casi descoyuntarse el cuello cuando le rascaba la garganta; plommm plommm plommm... a abrir la puerta de mi dormitorio a cabezazos (como suena); a contestar mediante maullidos y gruñidos cuando le hablábamos o simplemente cuando intuía que "los mayores" estábamos hablando de ella; a saltar de unos muebles a otros conforme yo le iba indicando cuando ya tenía 11 años...
Se tumbaba de costado cuando veía a mi padre aparecer con el cepillo rascador en la mano, porque sabía que era el momento de eliminar de su cuerpo el pelo frágil. Con un sencillo "Kuky date la vuelta", ella se giraba hacia el otro lado para no dejar de sentir el cepillo sobre su cuerpo. Cómo entendía las órdenes. Igual que cuando yo le decía "Kuky fuera", y ella agachaba las orejas, saliendo de mi dormitorio con paso lento y entre gruñidos de desaprobación. Y si los tres estábamos en el dormitorio, ella venía al dormitorio, si los tres estábamos en el salón, ella tenía que estar en el salón, ¿los tres en la cocina? Pues ella en la cocina... Tardaba un instante en aparecer cuando veía que había reunienda en alguna de las habitaciones. Su siesta acostada en las piernas de mi padre era sagrada, con notable impaciencia si él tardaba más de la cuenta en ir al salón. A la hora de dormir por la noche, una cama por supuesto, o la de mis padres o la mía, iba por rachas. Después de año y medio sin verme, se me ocurrió llamarla cuando llegué a casa, y esta maniática entrañable enseguida salió de debajo de la mesa saludándome con un maullido.
Y así, mil manías más (correr como una posesa por el salón cuando salía del baño tras hacer sus necesidades, chocar su cabeza contra mis pies mientras yo estaba sentado comiendo la mesa...) infinidad de comportamientos, algunos propios y otros impropios de un felino, tan igual y tan diferente a otras gatas que hemos tenido.
Tras 15 años desviviéndose por nuestras caricias y nuestros mimos, en el pasado diciembre de 2013, cuando llegué a casa, ya casi pasaba de nosotros, iba a su rollo, había perdido toda su expresividad tranquilona y a la vez asustadiza, se encontraba muy desmejorada, perdió peso de forma increible y su mirada se perdía. Después de cuatro meses sin verla, me resultó duro encontrarla tan cambiada, tan ausente. El veterinario opinaba que simplemente se trataba de vejez. Algo me decía que no volvería a verla en Semana Santa, y así ha sido. Por culpa de un tumor (o quizá varios) ayer por la tarde se marchó esta anciana con canas en la frente a la que siempre en casa vimos como una niña para cuyo cumpleaños incluso nos comíamos una tarta (ella no quería porque decía que tan dulce le resultaba empalagosa).
Durante estos 15 años ha sido testigo (y no muda, porque a su manera se comunicaba con nosotros) de nuestras penas y alegrías, se ha integrado en nuestra manada haciendo todo lo que podía para intentar agradarnos y, por supuesto, para que intentásemos agradarla, ganándose a pulso el dejar de ser una simple mascota, para ser la cuarta integrante de nuestra pequeña unidad familiar.
Por todo esto quiero pedir respeto por los animales.
Porque ellos, a su manera, nos devuelven todo, o al menos parte, de lo que les damos.
Porque si miramos fíjamente a los ojos de nuestra mascota, nos damos cuenta de que no hay tantas diferencias entre ellos y nosotros.
14 años amando a un ser que se hace querer, que llega a no ser gata para ser un miembro mas de la familia...yo solo he amado a un felino una vez en la vida y solo por 1 año y me siento morir ahora mismo...creo que con 14 años de amor el dolor debe ser muy intenso y dificil de superar. No suqeda la religion o no, el pensar que ya esta en el cielo de los gatos o simplemente el recordar todo lo que ha aportado a nuestras vidas, lo siento muchisimo, un beso.
ResponderEliminarPues te puedes imaginar, una gata que durante 14 años ha venido a buscarnos a la habitación donde nos encontrásemos los tres juntos porque no quería que la dejásemos al margen de nuestras alegrías y nuestras penas.
EliminarUn beso.