Algunos de mis valores.

31 de agosto de 2017. Descansando en la Cascada de Argualas, durante una sesión de senderismo tranquilo por el pirineo aragonés.

 Nunca intento vengarme de alimañas, aunque un día tratasen de destruirme. Porque sé que en su propia naturaleza está cruzarse con seres iguales para terminar destruyéndose entre ellos/as. Así que me limito a sentarme (incluso tumbarme) y esperar.


Vivo (o lo intento) en modo zen. Eso implica huir de toda gente tóxica y dañina. También implica evitar toda trifulca o discusión.
 
Si alguien me invita a comer, no pido lo más caro del menú. La gratitud siempre sabe mejor que el lujo.

Nunca presumo de lo que tengo frente a quien no lo tiene, ni de mi hijo frente a quien no los tiene, porque puede que sea porque no puede. Empatía ante todo.

Abro la puerta a quien viene detrás de mi. Siempre, dándome igual si es hombre o mujer. No es ni machismo, ni paternalismo, sino cortesía básica.

Si mi amigo/a paga el taxi o la cuenta de hoy, yo pagaré la próxima vez. Porque me gusta el equilibrio, y evito abuso.

Soy consciente de que poca gente piensa como yo. De hecho, la inmensa mayoría de mis amigos/as piensan diferente a mí. Pero, aún así, respeto opiniones distintas porque entiendo que lo que para mi es un “3” para otro/a puede ser un “7”.

No interrumpo. Escucho. Porque se aprende más callando que hablando. Aún así, no me callo cuando me interrumpen. Es difícil y requiere cierta práctica, pero sigo hablando como si nada. Porque si yo no interrumpo a nadie cuando habla, tampoco consiento que me interrumpan a mí.

Si hago una broma y no ríen… paro. La incomodidad también habla.

Un “gracias” nunca sobra. Creo que lo digo siempre. O, al menos, que pocas veces se me olvida.


Elogio en público, y corrijo en privado.

No opino del físico ajeno cuando no me gusta lo que veo o cuando desconozco si puede molestar. Si me gusta lo que veo, un “¡te ves genial!” es lo más apropiado, sin más juicios de valor. Si no tiene buen aspecto, simplemente paso palabra.

Si me muestran una foto en otro móvil, no la deslizo porque nunca se sabe qué puede haber en la siguiente.

 Trato al conserje igual que al director. Porque intento ser justo tratando igualmente a los teóricamente más débiles, y aún más si no tienen nada para darme a cambio.

  No creo en la justicia legal (si me conoces, lo sabes perfectamente) pero sí creo en la justicia humana. Intento con mi denuncia que se arregle o solucione la primera, y promuevo con mi ejemplo que nunca se acabe la segunda.


 No doy consejos si no me los piden porque sé que mucha gente evita escuchar sermones. Puede que te cuente alguna experiencia que me haya ocurrido, o que haya conocido de otra persona. Pero nunca en plan consejero.

 No llamo más de dos veces seguidas. Si no me responden, es porque no pueden o no quieren, y lo respeto.


 Me quito las gafas de sol cuando me paro a hablar con alguien en la calle. Quiero que el respeto también se note en mi mirada.

 Si alguien me habla, bloqueo mi móvil porque me interesa más lo que me dicen en persona que lo que me dicen a través de una pantalla. Quizá me hayas visto trasteando el móvil, pero fue porque tú también lo estabas haciendo o, simplemente, porque fuiste tú primero quién empezó a otros asuntos.





El texto no es 100% mío. Diría que un 40% sólo. Lo encontré en Facebook y me gustó. Le quité la mitad de los puntos que traía, le puse otros de mi cosecha, y modifiqué el resto a mi gusto.

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